miércoles, 7 de diciembre de 2011

Felipe

Llevaba años mirando a Felipe, años, no sabía su nombre pero esos ojos, esa mirada y esa sonrisa las conocía muy bien. Él vivía cerca, eso era lo que pensaba cada vez que lo encontraba por casualidad y tras mucha observación descubrió cuál era su casa, dónde trabajaba, quién era su padre.
En todo ese tiempo ambos habían creado una vida; él: hombre de esposa de papeles e hijos; ella: divorciada con hijos y con un marido que felizmente la acompañaba por la vida.
El saludo entre ellos iba y venía, unas veces se veían más seguido, casi a diario y otras demoraban semanas en encontrarse. Su táctica, mirarla a los ojos, sonreírle discretamente y lanzar sus buenos días en las mañanas o sus cómo estás en las tardes. Su estrategia, devolverle la mirada para luego bajar la vista como apenada, como mujer de otro hombre que no se permite deslices en la vida, responderle los buenos días y seguir su camino con prisa.
Pero llevaba años mirando a Felipe y ya había empezado a soñarlo. Fue una noche sin quererlo, él la esperaba en una calle, su misma calle para llevarle la jaba con los mandados, iban muy conversadores, como jamás había sucedido y en el momento de separarse ella le dejó su teléfono. Después de eso el sueño se repitió en su mente una y otra vez pero ahora despierta. Imaginó su llamada para citarla a conversar, procuró la escena donde  siguieron caminando y enrumbados en un delicioso ir y venir sin dar importancia al punto donde debían separarse, cada quien por su camino; puso también una pizca de las desgracias que los harían juntarse a vivir esa historia pendiente en sus vidas o al menos en la de ella.
¿Qué pensaría Felipe?, ¿Cómo sería?, ¿Se habría fijado en ella solo para molestarla, solo para demostrar su hombría de macho seductor?
Si era así, él lo había logrado, ella pedía a gritos conocer a Felipe. En las oportunas soledades de su cuarto aprovechaba para fantasear con él. Él la iba desnudando, su beso era estremecedor como nunca y sus dientes repasaban sus rincones aprisionando lentamente sus carnes. La lengua de su Felipe imaginario en su sexo la humedecía y sus propias manos eran las que terminaban frotando sus labios bajos en busca de su mejor música.

(Ilustración: Denys San Jorge - detalle)
No fueron exactamente las desgracias, pero los caprichos del destino y de la gente que espera se entrelazan haciendo realidad los más profundos deseos, por eso sintió que tenía una oportunidad, tal vez una única oportunidad.
Ya pasaba por su calle buscando encontrarlo, lo vigilaba desde su ventana para verlo pasar. Al saludo ya no salía apurada, tenía la oculta intención de quedarse cerca y esperar las palabras que necesitaba, las que cambiaran las cosas. Pero la espera desespera y el tiempo jamás fue eterno, ella nunca había increpado a un hombre para hablarle, jamás había tenido que tomar la iniciativa aunque este era un caso de vida o muerte, para poder seguir con su vida, tenía que conocer a Felipe.
Dos días lo estuvo espiando a través de su ventana sin resultado alguno, pasó por su calle, por su acera de ida y vuelta y no lo encontró. Ya de regreso lo vio atareado y siguió de largo no sin antes escuchar su – pss pss - de llamado al que no hizo caso. Corrió lo más que pudo a su ventana, a su función de espía. Demasiado pronto lo vio tomar la calle. Miró a todos lados asegurándose de la ausencia de miradas indiscretas, salió a su encuentro lo más rápido que pudo y logró arrancarle un -adiós- que respondió con una sonrisa. Él continuó su camino y ella quedó insatisfecha. Aquel tenía que ser el día. Dio media vuelta y le siguió los pasos, él pronto la advirtió y la esperó en una acera. Le dijo algo que ella no escuchó y que no podrá recordar porque estaba sorda, caminaron con sonrisas unos segundos, tragó en seco, respiró por última vez y entonces se atrevió a preguntar.
- ¿Cuándo tú y yo vamos a conversar,… diferente?
Ya ese encuentro es pasado, ya comprobó lo exquisito de sus besos, sus manos en su piel dejaron de ser un sueño, se conoce su cuerpo desnudo, varonil, ahora sus imágenes tienen un nombre -Felipe- y algunas madrugadas su teléfono suena, ella deja su cama tibia y con ronquidos estridentes, se viste, cierra bien la puerta y en la otra esquina, la espera un auto.

Evelyn Hastie Navarro

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