miércoles, 7 de diciembre de 2011

Última vez

En los años de infancia deslizarse en las canales era toda una festividad, subir por la escalera, acomodarse en lo más alto y luego dejarse llevar por la pendiente. De adultos, los deslices siguen sonando a fiesta, mira que uno los evita, pero en definitiva el momento se vuelve sublime.
Así pensaba ella, la del quinto piso, la que adoró siempre jugar en el parque y ahora lleva a su pequeña a disfrutar del mismo lugar. Tiene una vida hecha, como dirían los adultos, pero tiene, por demás una soledad a la que nombra absurda.

(Ilustración: Denys San Jorge)
Su último desliz fue hace tres semanas y desde entonces se había propuesto que aquella sería la última vez. En los primeros días el recuerdo de aquel juego la atormentó. Quería volver a probar, repetir, pero hizo todo por evitarlo. Le siguió el tiempo de adaptarse, ya no lo necesitaba tanto, dejó de pensar y de buscar el encuentro y casi que lo convierte en pasado. Por último la indiferencia. Podía estar cerca sin que ello representase un peligro y  podía incluso  lanzar para sus  adentros frases  como “¡Qué lindo!” pero se mantenía firme en su propósito. Se imaginó curada, no había nada que hacer, no necesitaba deslizarse por la vida, hermosa su urna de cristal.
Cuánta seguridad en sí misma, que quinto piso tan alto y salvador, como para no encontrar distracciones. Qué sublime momento desbarató su castillo de naipes. Se encontraron y él le dijo:
- Esta semana estoy de vacaciones.

Evelyn Hastie Navarro

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