lunes, 21 de noviembre de 2011

Desahogo

(Ilustración: Denys San Jorge)

Son las tres de la mañana y estoy sola. Camino. Unos minutos antes todo era diferente. La soledad es una chica sucia, la tratas de espantar con algún que otro idiota, sabes será un fracaso seguro, lo enamoras hasta lograr que te folle como hace mucho no lo hacías. Su boca llena de fluídos ajenos, sus manos gelatinosas tocando todo eso que te reviste el espíritu, esa lengua de reptil inmundo, saboreando tu carne cruda. Un verdadero asco. O te creas un mentiroso plan de vida donde lees libros que te recomiendan las personas inteligentes, esos libros especiales que cuando comentas ingenuamente, no he leído, los ojos frente a ti se desorbitan, crecen las venas del cuello, el aliento se entorpece, se desbandan de sudor, esos ojos que te enfocan poseídos por tu pequeña ignorancia, ¡TÚ NO TE HAS LEÍDO ESE LIBRO! No importan los esfuerzos que hagas, la muy sucia se queda ahí, fiel. Cochinamente fiel. Continúo caminando y me duele el pecho. Respiro, eso siempre ayuda. La calle está tranquila. Su recuerdo de nuevo. Hace minutos que lo dejé allí, solo. Esos ojos no dejan de mirarme. Camino y cierro los míos pero no dejan de mirarme. Falta poco para llegar a la casa. Trago saliva para ablandar el nudo en mi garganta. Esta vez era diferente. Qué mierda, lo he dejado solo en una ciudad donde eso es pecado. Tengo mucho calor. Me quito la blusa. Sigo caminando. También te engañas intentando ir al cine, ver el último film de Coppola, los clásicos para que nadie te meta un cuento. Te dedicas a cuidar la casa. Limpias mínimo dos veces al día, riegas las plantas, desarrollas tus dotes insospechables de cocinera. Te sonríe la chica sucia que sabe la batalla ganada. ¿Por qué tiene que ser así? Camino sin mirar atrás. No sé qué hora es. Sus manos son suaves, me excita cuando me toca. Están por todos lados. Se deslizan tan suave por mí que puedo sentirlas aunque esté en marcha. Ahora sus dedos juegan con mi pelo, saltan a mi mejilla derecha, a mis pechos, bajan a mi ombligo, me acarician la pelvis, me erizo completa, tocan mi clítoris, penetran. El calor continúa. Mi pantalón ya en mi mano. El aire de la noche refresca esta calentura. Sus ojos no desaparecen. Tres chicos me miran y quedan boquiabiertos. No dicen una palabra cuando doblo la esquina. Pobres, nunca han visto nada igual. Subo las escaleras. No tengo hambre. Me dolió verlo pegado al suelo mientras la guagua arrancaba. Paso el pestillo de mi habitación, necesito arrancarme el pecho. Miro por la ventana, ni una estrella en la que refugiarse. Hoy no te dejaré entrar, chica sucia. Estoy desnuda pensando en ti. Los chicos deben estar haciendo lo que yo, pobres, eso es un indicio de soledad. Estoy cansada, me duele la cabeza. Sí, es diferente. Rompo a llorar sin poder evitarlo. Me gusta el olor de mi mano derecha sucia. Mi garganta ya no duele, no dejo de sentir su presencia. Qué quietud llega desde afuera. Vuelvo a respirar con calma, a mi ritmo natural. Todo está pasando, siempre es igual. Tengo dueño. Apago mi teléfono. Me alegro que sea diferente. Puedo cerrar mis ojos sin miedo alguno. ¡Al carajo las personas inteligentes!

Raiza D'Beche Berro

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